marzo 29, 2010

El día que elegí la ruta del salmón

La nieve se derrite en Uppsala y con los primeros bostezos del sol la gente sale de sus oscuros escondrijos de invierno. Es sábado y hay poca gente en la parada de la escuela de veterinaria. Por ello, me sorprendo al ver buses tan grandes recorriendo la ruta 20. Cuando llegamos al centro la gente me explica a empujones porque Uppsalabuss a escogido sus buses de acordeón para una línea de poca gente. Como una oruga verde el bus se retuerce en la bajada de la catedral y más gente se apelotona sin que nadie les grite que al fondo hay sitio o que, por favor, paguen con sencillo. Es día de rebajas en la mega tienda de IKEA, y todos han escogido “estratégicamente” el sábado para ir de compras.

Ya en la tienda, muchas señoras montan a sus niños en los carritos de compras. Algunos papás corren detrás empujando un coche de bebé o un carrito para cargar muebles más pesados. La tienda entera es un histeria de feria entre los empujones y uno que otro anuncio del personal a través de los parlantes de la tienda. De pronto me sorprendo a mi mismo corriendo entre la manada que bufa y apura el paso cada vez que los altoparlantes anuncian ofertas de último minuto y duración de un cuarto de hora. Con la bufanda alrededor del cuello, la mochila en la espalda, la bolsa azul de IKEA al hombro y los guantes en la manos empiezo a sudar. Trato de cerrarle el paso a una gordita que parece interesada en arrebatarme unas cortinas grises con flores rojas. Entonces me detengo ¡¿Qué diablos estoy haciendo?! Yo no vine por cortinas hasta acá. De pronto me imagino a mi mismo visto desde las cámaras de seguridad. Imagino a Ingvar Kamprad arrugado de risa mientras observa la estampida humana corriendo para ir a llenar las cajas registradoras de la empresa que lo ha convertido en el quinto hombre más rico del planeta.

Doy media vuelta, y empiezo a caminar despacio, respirando, viendo la gente moviéndose en efecto Matrix. En la sección camas busco la más grande, me descalzo y me recuesto sobre el edredón blanco con sutiles flores grises. Cierro los ojos y recapacito. ¿Cuándo me convencieron para ser parte de la manada? Imagino al viejo kamprad apretando las cejas mirándome a través de la cámara 87, buscando explicación a mi siesta de emergencia.

La gente sigue corriendo mientras yo me coloco en posición fetal y acomodo la almohada. Algunos trabajadores de la tienda me observan y sonríen. Cuando salí del apartamento no sabía que era día de rebaja y tenía una lista de compras corta y clara. Elegí el sábado porque me parecía más práctico, pero después de unos minutos en la cama de la tienda no pude explicarme que era lo práctico. Este era un sábado de locura, estrés innecesario y angustia. Me enteré, con espanto, de que elegí el sábado porque eso es lo que hace todo el mundo.
No estaba dispuesto a ser uno más en la manada. Así que recogí mis cosas, y caminé hora y medía de vuelta a mi apartamento académico.

Volví la mañana del martes siguiente. La megatienda parecía entonces una catedral llena de muebles. Despacio fui tomando las cosas de la lista. Me entretuve en una charla sobre sofá-camas con una muchacha del personal quién parecía tan calmada como yo. La experiencia fue una verdadera iluminación. Comprendí que ir contra la corriente no siempre es más doloroso o sacrificado. Entendí la lógica del salmón y de pasada la canción de Andres Calamaro. Aprovechando el horario flexible de mi trabajo, decidí que haría las compras de comida y de todo los demás cuando los demás estén secuestrados en los cubículos de la oficina en un día de semana. Me prometí usar la oscuridad para escribir y trabajar, y la luz del día para salir a caminar, correr o simplemente vivir. A partir de ahora iré dando saltos a contracorriente, siguiendo la ruta del salmón.



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