junio 18, 2006

Cinco días en el Marañón

Mi tía Nelly, quien ha llegado desde Lima, se encuentra en medio de una amena charla con mi madre. Yo, como buen maleducado, voy escuchando a hurtadillas retazos de la conversación ajena. Un viaje de dos días, en bote, hasta una comunidad nativa a orillas del río Marañón, cerca al parque nacional Pacaya-Samiria. El objetivo, recoger a mi primo y a sus dos menores hijos. Mi tía y mi madre están cocinando algo que para mí tiene el aroma inconfundible de la aventura, y yo no estoy dispuesto a pederme el festín. Le pido a mi tía, casi rogando, que me permita ser parte de la expedición. Una expedición hacia un pueblo del que solo conozco su curioso nombre, y que aún después del viaje me seguiría sonando a postura amatoria: Cuninico.

Día 1. Yurimaguas

Mi tía accedió a mis ruegos y ocho días después estoy en una motonave rumbo a Cuninico. El grupo se compone de cuatro miembros: mi madre, mi tía Nelly, mi primo Ronald de doce años y yo. Eran solo las seis de la mañana cuando partimos de Tarapoto en un auto de “Turismo Yurimaguas”. Seis horas después estamos en el puerto de Yurimaguas sin decidirnos que motonave tomar en medio del griterío de los “llenadores” y el tufillo de basura descompuesta que inunda el puerto. Nos preguntamos también si la comunidad de Cuninico estaba dentro del itinerario de las motonaves ¿Qué tal si no paraban allí y nos llevan de frente hasta Iquitos? –Ese es“juacil”, señor. Solo hay que decirle al capitán donde quieren bajar y ya está- nos aclara, en perfecto dialecto selvático, uno de los asistentes de la motonave que finalmente tomamos.

Desde que nos subimos a la motonave tanto mi madre como tía empiezan a quejarse de la penosa situación de la embarcación, esta parece deshacerse en herrumbre y mugre. Ni mi madre ni mi tía entienden porque les he llevado a esa tetera flotante, y no a la motonave reluciente, pintada en celeste y blanco, que esta al costado, y que hasta tiene camarotes con aire acondicionado. Les cuento que, contrariamente a lo que prometen los “llenadores” de dicha motonave con sus “ya-sale-en-un-ratitos”, esta no saldrá hasta que no hayan llenado sus bodegas con carga. Y se puede ver que las bodegas no se llenarían en menos de dos días. No terminan de convencerse con mi explicación, pero se apaciguan un tanto cuando les consigo tres camas sin sabanas en uno de los maltrechos camarotes de hierro. La motonave sale del puerto y por el atronador ruido que hacen sus motores terminamos bautizándola como “ la viejita supitera” (tira-pedos). Colgué mi hamaca, como lo hacen todos los que no pueden pagar una cama de camarote.

Atrás quedaba el griterío de los “llenadores” de naves y de los vendedores de comestibles. Atrás quedaba también la motonave de lujo con sus camarotes con aire acondicionado, su superficie sin herrumbre y sus bodegas vacías. Adelante nos esperaba la selva baja con toda su inmensidad de mar verde.

En el bote una pareja de gringos arma una carpa; dos niños juegan al fulbito de mesa y Ronald se entretiene subiendo y bajando por los tres pisos de la nave. Está también un joven que corre alrededor de unas jabas, que calculo contienen unas cuatrocientas gallinas de postura, tratando de juntar los huevos que ponen las laboriosas aves en un ritmo que termina agotando a su cuidador. Algunos pasajeros estamos en la proa observando maravillados la inmensidad del río Huallaga y el ocaso. A lo lejos, el sol tiñe el horizonte de púrpura mientras que sobre la nave y los montes empieza a caer la noche.

Día 2. Llegada a Cuninico.

Llegamos al atracadero de Cunico al medio día. Aquí está el pueblo que para empezar no es ninguna comunidad nativa sino una comunidad de ribereños, en su mayoría mestiza, y que consta de unas treinta casas de pona y techo de palma. Los niños que minutos antes pescaban con arpones de flor de cañabrava y las madres que lavaban ropa ahora nos rodean y miran con ojos curiosos. Cuando preguntamos por mi primo la muchedumbre lanza una exclamación de asombro y empieza a murmurar en coro. Recién entonces recuerdo que el principal motivo de este viaje era llevarnos a mi primo, quien se estaba terminando una relación de varios años con una lugareña. Ella había dejado a sus dos pequeños a la buena de Dios y mi primo tampoco podía cuidarlos pues trabajaba extrayendo madera y se ausentaba por semanas del pueblo.

Estamos allí los cuatro: Mi tía Nelly, mi madre, el gran Ronald y yo sin saber que hacer ni adonde ir. Una mujercita menuda y risueña se acerca y nos dice que nos recibirá en su casa a pedido de mi primo, quien no se encuentra en ese momento en el pueblo. Junto con ella está el mayor de los nietos de mi tía Nelly. Los dos se reconocen y se entrelazan en un abrazo emotivo.

Nuestros anfitriones son don Cesar Mozombite y su esposa, quienes junto a sus dos pequeños hijos nos brindan toda su hospitalidad desde el primer momento. En la sala de su casa de pona y palma habían algunos bancos de madera sin labrar y dos mesas. Por sus dimensiones, el salón parecía acondicionado para ser una pista de baile, o un lugar de asambleas. Le pregunto a Don Cesar si mi juicio era cierto. Me responde sonriendo y con un orgullo mal disimulado que no, que esa solo era la sala de su casa. Allí Don Cesar nos informa que mi primo esta en “el centro”, un lugar ubicado a doce horas de viaje en peque-peque. Acordamos entonces salir temprano, al día siguiente.

Esa primera tarde me la paso disfrutando del espectáculo de los delfines “pico de botella”, los que se entretienen haciendo piruetas cerca del atracadero. Me parece casi irreal estar allí, en un atardecer a orillas del río Marañón, con niños jugando al combate naval en medio de un concierto de delfines colorados.

Día 3. El centro

La oscuridad es total y los habitantes de Cuninico aún duermen cuando Don Cesar, quien es el motorista, me despierta para decirme que ya es hora de partir al “centro”. El hijo mayor de Don Cesar, Homero, va como boga y Ronald también se une a la lista de pasajeros. Navegamos más rápido de lo esperado pues una muy propicia luna llena baña con su luz la superficie del agua. Son recién las dos y media de la madrugada.

Antes del amanecer pasamos por un cruce en el que dejamos la quebrada Cuninico y tomamos la quebrada Pacoyacu. Allí sobresale, por entre la maleza, la figura metálica y serpenteante de un oleoducto.

Con la salida del sol los habitantes diurnos de la selva empiezan a despertar. Aquí y allá saltan peces plateados; martin-pescadores y garzas blancas cruzan el azul del cielo; y mariposas caleidoscópicas se posan en los barrizales para satisfacer su hambre mineral. A las diez de la mañana nos paramos a desayunar en un campamento abandonado de pescadores. Nuestra aventura esta a punto de convertirse en drama cuando una serpiente “jergón” sale por debajo de la barbacoa en donde estamos sentados. Don Cesar se encarga, con un palo, de darle un mal fin a la sierpe pero un mejor fin a nuestra travesía. Ya cerca del mediodía llegamos al pequeño campamento maderero en sonde se encontraría mi primo.

Leer parte II

6 comentarios:

Anónimo dijo...

Te pasaste con esta parte men,me recuerdad a mis viajes por maranion,me llego un poco al feeling a ver si te cuentas otras de esa parte

Grinder dijo...

Caramba compadre, tu relato me trae a la mente cuando era menor, mi padre tenia barcos congeladores de pescado y se hiba amazonas rio arriba comerciando pesacados y articulos de pan llevar, era pequeño aun pero recuerdo vividamente ese tipo de viajes, definitivamente, no hay nada que se le compare a la gran selva Amazonica, sus rios, sus costumbres, y hasta sus jergas tan singulares.

Saludos y nos estamos leyendo!

Alex Arévalo dijo...

Gracias por los comentarios. Parece que sin querer estamos arrancando más de un suspiro entre nuestros paisanos amazónicos repartidos por el Perú y el mundo.

No se olviden que mañana salimos con la segunda parte.

Abrazos, y como dice grinder: nos seguimos leyendo.

Grinder dijo...

Ahi esta, suponia que habia segundas partes, igual en mi blog he descrito algunas remembranzas, en honor a personas que han fallecido y claro, a la fallecida vivencia de antaño, que guarda la amazonia, saludos y vengase con la segunda parte en breve :D

Anónimo dijo...

Hola, desde Cuba Zenia en:

http://imaginados.blogia.com


Hermosa aventura. La he disfrutado.
La ampliaré en mi página.

Alex Arévalo dijo...

Hola Zenia:
que gusto saber de tí después de mi prolongada ausencia de la red. Me acabas de recordar también que tengo que actualizar el enlace que puse hacia tu bitácora.

Un abrazo y un beso grande a tí y a toda la isla de la libertad.