agosto 26, 2005

Cyber-charapas, muchos años despúes del manguaré.


Los antiguos amazónicos encontraron hace mucho tiempo, en el resonar de un tronco hueco, una posibilidad de comunicación que hasta hoy perdura. En la inmensidad del monte, a través de ríos, lagos y montañas el retumbar del manguaré transmitía claves secretas, mensajes, saludos, declaratorias de guerra y también amor. Fue nuestro primer telégrafo. Hoy los jóvenes amazónicos están tomando por asalto la Internet, ya no con manguarés, sino con teclados y ratones, mandando mensajes que ahora cruzan el mar.

Cuando la telaraña electrónica llegó a San Martín, una de las primeras instituciones en contar con un nodo central de Internet fue la Universidad Nacional de San Martín. Era el año 1997 y muy pocos sabían lo que era Internet y para que servía. En ese entonces los estudiantes teníamos derecho a utilizar 1 hora semanal de Internet la cual se iba esperando a que la computadora mostrase 3 correos electrónicos. Los más osados entraban a páginas porno pese a la prohibición inscrita en la entrada, y se les iba la hora completa en bajarse la foto de una californiana calata haciendo maromas de trapecista con un consolador eléctrico (¡brzzzzzzz!).

El nuevo fenómeno informático no pasó desapercibido, así que eché manos a la obra y con la ayuda de un buen amigo abrí mi primera cuenta de correo electrónico. Inmediatamente después me encontré con el primer dilema: ¿A quién le escribo? ¿Y que le digo? Extrañamente, después de casi diez años Internet en nuestra selva, algunos jóvenes amazónicos y peruanos siguen encontrándose con el mismo dilema de llegar a Internet y no saber que hacer con el. Los menos inteligentes escogen el Chat y deambulan por el ciberespacio buscando amigos ilusorios y que muchas veces terminan en encuentros no muy saludables.

De los efectos negativos del Internet ya se ha hablado mucho y se seguirá hablando. Yo quisiera referirme mejor a los ejemplos positivos, y el más resaltante es el aumento de páginas Web de autoría amazónica que están empezando a tomar la gran telaraña mundial (del inglés World Wide Web) por asalto.

El trabajo de Fredy Guillen con las páginas de algunas de las ciudades más importantes de San Martín es impecable, nada que envidiar a otros webmasters del país o del extranjero.

Entre otras páginas de ciudades, no tan bien elaboradas pero igual de interesantes, están las de Tarapoto, Saposoa y Moyobamaba.
Y por supuesto está la página de la gente de Tarapotinos online, con muchas fotos interesantes de los miembros de este grupo..


Se ve que tenemos mucho camino todavía por recorrer, y cuando digo esto me refiero generalmente a algunos diseños de banners pobremente logrados, muchas “jualtas de ortograjuia” y de nociones de escritura en general (aquí nos incluimos los del “Cajué” y a nuestro estimado Dj. Macuito). Sin embargo considero que son positivos estos primeros pasos que estamos dando y que en el camino iremos mejorando. Estos primeros clicks nos estan llevando a la construcción de nuestra identidad y de allí la gran Nación amazónica. No se desconecten cybercharapas!

Se busca vergüenza con cama adentro.


Cuando el gran Cesar Vallejo se fue de este mundo, (en París y con aguacero) nos dejó en la boca el sabor triste que solo dejan los grandes seres cuando se van y también su famosa frase:
-Hay hermanos muchísimo que hacer-.


Han pasado 67 años desde aquella mañana de Abril en que nuestro poeta agarró sus maletas, mandó el mundo a la mierda, y se marchó a buscar un poco de paz para sus huesos húmeros. Sin embargo, su celebre frase sigue mordiendo las entrañas de esta patria que él habría querido diferente. –Hay hermanos muchísimo que hacer- Repiten los maestros en las aulas cada vez más vacías; los médicos en los hospitales sin camas y sin medicinas; los jubilados en la cola para cobrar un cheque desnutrido; y también, lamentablemente, los demagogos en campaña.

Sí pues, hay mucho que hacer. Pero pienso que primero hay mucho que deshacer, empezando por el sistema político que se caga en los sueños de millones de jóvenes y en el futuro de los niños que aún no han nacido. Para ello es necesario recuperar nuestro derecho y nuestra obligación a la vergüenza. A los que les sobre, vayan pasándola por favor e inviten primero a sus autoridades políticas que buena falta les hace.

Necesitamos urgente recuperar la vergüenza. Porque vergüenza nos deberían dar los miles de niños que duermen en las calles; vergüenza, nuestro penúltimo lugar en matemáticas y lenguaje entre los países de Latinoamérica; vergüenza, de que un ladrón y asesino como Fujimori tenga seguidores pese al mar de corrupción en que hundió a nuestra patria; vergüenza, a los políticos que prometen cosas que no van a cumplir; vergüenza, ante el lamentable abandono que sufren el deporte, el arte y la cultura en nuestra patria; vergüenza, señor alcalde de San Martín por el muladar pestilente en el que a convertido a Tarapoto, por las tarifas de agua más caras del país y por el nido de ratas que es hoy la municipalidad. Necesitamos vergüenza, ¡Urgente, por favor!

Señores desvergonzados, ahí les dejamos a George Bush, por si buscan frases que queden mejor con sus actos. Nosotros solo queremos que nos devuelvan a Vallejo, para vestirnos con su alma de viajero pobre, y para rezar su poemas fuera de las catedrales y templos.

“…Quiero, para terminar,
cuando estoy al borde célebre de la violencia
o lleno de pecho el corazón, querría
ayudar a reír al que sonríe,
ponerle un pajarillo al malvado en plena nuca,
cuidar a los enfermos enfadándolos,
comprarle al vendedor,
¿Ayudar a matar al matador? ¿Cosa terrible?
Y quisiera yo ser bueno conmigo,
en todo”

Extracto de “Me viene, hay días, una gana ubérrima...”

¡Arriba las manos!


Los asaltos de carretera y la verdad detrás de la máscara de “aquí no pasa nada” de las autoridades políticas y policiales de la región San Martín. Un fenómeno que está poniendo en riesgo no solo la economía sino la vida de los Sanmartinenses.

Ser victima de asalto en las carreteras de San Martín está de moda, y en este caso la moda sí incomoda, y jode. Le incomoda a la población que tiene que viajar por carretera desde y hacia los distintos pueblos de la región y del país. Le incomoda a los cientos de sanmarinenses que viven del turismo y ven tirado a la basura el esfuerzo de muchos años.

La policía de carreteras (POLCAR) se encuentra hoy en el ojo de la tormenta, ya que es la encargada de velar por el bien de la ciudadanía en lo que se refiere a la seguridad de las carreteras. Sin embargo creemos que las dimensiones a las que ha llegado este problema amerita un trabajo mucho más integral de las diferentes direcciones de la policía y de otros organismos de seguridad del Estado. Nos extraña la blanda actuación de la policía, sobretodo en lo que se refiere al trabajo de inteligencia. ¿Por qué los agentes de inteligencia no persiguen a los asaltantes de carreteras con la misma saña que perseguían hace algunos años a los lideres estudiantiles y populares? Una persecución que en muchos casos llevó a la desaparición y asesinatos de personas que no compartían las ideas del régimen dictatorial de turno y cuyas pruebas irrefutables han sido mostradas por la comisión de la verdad en el informe final que hiciesen hace dos años.

No vamos a echar más leña al fuego en la que hoy arde la POLCAR, tampoco pretendemos hacer el papel de defensores, pero creemos que este problema tiene raíces más profundas que la tan mencionada incapacidad de la policía en lo que compete a robos y asaltos en las carreteras. El problema de los asaltos tiene, desde nuestro entender, cautro cimientos principales:
· Una policía poco entrenada y carente de recursos para conducir investigaciones y hacer frente a esta ola de asaltos que va en crecimiento.
· Una legislación arcaica que ata de manos a la policía una vez que detiene a los asaltantes, los mismos que obtienen su libertad a merced de los vacíos legales en los que se basan sus vampiros defensores para lograr su liberación.
· Una sociedad civil apática y con instituciones sociales debilitadas después de 10 años de dictadura fuji-montesinista.
· Y finalmente, el poder que tiene la violencia para amedrentar e infundir el temor entre los que se atrevan a hacerle frente.

Tomando como referencia estos cuatro puntos se puede entender que la solución a este flagelo debe resolverse dentro de esos cuatro contextos. Sin embargo, creemos que las medidas a tomarse deben seguir pasos calculados para propiciar que los subsiguientes se lleven a cabo de manera más rápida y efectiva. Así, debemos empezar por reforzar nuestras instituciones populares y de base para quitarnos el polvo de los años de demagogia y de adormecimiento en que nos han sumido los últimos regímenes, en especial el del ladrón japonés.

A partir de una sociedad civil organizada y fortalecida podemos exigir a nuestros legisladores la promulgación de penas más severas para los criminales y de leyes que agilicen el trabajo policial. Luego, la policía debe pasar por una etapa de preaparición en investigación criminal, y claro está, la consiguiente mejora en las condiciones de vida de los mismos a través de un aumento de sueldo que estimule su esfuerzo. Solo a partir de entonces la población volverá a confiar en su policía, y pasar a ser miembro activo en la lucha contra la delincuencia, cuando al sanmartinense común le quede la absoluta seguridad de que su queja será escuchada y su denuncia tramitada. Es en este punto donde la violencia pierde su capacidad de sembrar el miedo y la zozobra.

Finalmente, creemos que todas estas medidas deben complementarse con alternativas adecuadas de esparcimiento y de actividades productivas para los jóvenes de nuestra tierra: actividades en vacaciones útiles, foros de discusión, talleres de arte y cultura. Construyan hoy parques para los niños y centros deportivos para los jóvenes y no tendrán que construir centros para encarcelarlos mañana.

Señorones de la municipalidad y del gobierno regional, hay mejores cosas que hacer con el dinero de los Sanmartinenses que usarlos para sus campañas políticas o devolver favores a sus amiguitos.

Washo: el rey de los velorios.


Waldemar asiste a todos los velorios de Tarapoto y sus alrededores, con la diligencia de quien hace su trabajo. Pero Waldemar no es un sacerdote, ni funcionario de la Beneficencia Pública, Waldemar solo cumple los designios de una maldición antigua.

Al Washo lo conocemos todos, pero de él muchos sabemos muy poco, entre otras cosas que su verdadero nombre es Waldemar Contreras Guerrero y que ya supera los 40 años. Para los que no son de Tarapoto (discúlpenme, no todos tienen esa suerte) el “Washo” es casi una estampa local en esa ciudad Amazónica del Perú, y es conocido por la costumbre o lo acostumbrado que nos tiene a recorrer todo y cuanto velorio se lleve a cabo en nuestra ciudad, para cumplir una penitencia antigua.

Según los tarapotinos, el Washo era desde muy pequeño un muchacho dado a las artes de vagabundear por toda la ciudad y lugares aledaños y a disfrutar de una que otra comida gratuita en los velorios por los que pasaba a pensionar cuando el hambre tocaba la campana. Andaba el Washo en uno de sus acostumbrados peregrinajes, por alguna comunidad de los alrededores de la ciudad de las palmeras – como suele llamarse poéticamente a Tarapoto- cuando la muerte sorprendió a su padre quien sufría de una enfermedad terca desde hace algún tiempo, por lo que le había pedido a Washo que permaneciese en casa por si la parca venía de visita uno de esos días para llevar su alma a pastar en los campos de otro mundo. Como cumplidor fiel de los augurios el Washo se hizo el loco – sin ironía- y decidió como siempre echarse al camino, sorprendiendo la muerte al padre, cuando el Washo se encontraba disfrutando de un propicio “quinientin” (aguardiente) al amparo del velorio de turno, a 50 kilometros del lecho en que su padre soltaba su último pedo. Se dice que al viejo le quedó grabado en el alma el dolor de irse de este mundo sin que a su hijo le haya importado un pito su muerte y ni se haya dignado siquiera a estar a su lado para decir adiós, como se supone es el deber de todo hijo. Para entonces el Washo no tenía ni idea lo que le habría de costar esa escapada desatinada, pues durante el resto de su vida iba a cargar una maldición de brujo malo sobre los hombros y sobre el alma, la maldición de su padre.

Al Washo le sobrevinieron unas pesadillas de condenado en las que su padre, con el cuerpo hecho un amasijo de gusanos y carne verde, salía gateado desde las profundidades de su tumba y le recriminaba por ser un mal hijo, un “pata de perro”, un gorrero de vocación y oficio, y un inconsciente que prefirió irse a vagabundear envés de quedarse a cuidar de su padre moribundo. En las pesadillas, el viejo - o lo que quedaba de él- lo agarraba por el cuello y mientras lo sofocaba le arrojaba esta maldición: “ ya que tanto te gusta vagabundear, comer y tomar gratis en los velorios y dormir el resto del día, te maldigo y te condeno a ir a todos los velorios y entierros que hayan en la ciudad y a vivir de la caridad de los deudos por el resto de tu vida”. Fue así como después de un año de pesadillas cada vez más intensas el Washo perdió la cuenta del tiempo y del mundo hasta convertirse en el harapiento y feliz enfermo mental que todos conocemos en Tarapoto. Solo entonces descubrió que las pesadillas no volvían siempre y cuando el sueño le sorprendiese entre las bancas de algún velorio desvelado. Tan terribles y recurrentes eran las pesadillas que nuestro antihéroe no lo pensó más y buen día se hecho a recorrer las calles ardientes de Tarapoto con la diligencia de un oficinista, en camino a algún velorio nuevo.

En el camino va anunciando a todo el que encuentra en la calle quien era la o el muerto, como se murió, y familia de quién era, porque así como al Washo lo conocen todos, él también conoce a todos en Tarapoto, una ciudad que ya supera los 150 000 habitantes. No es raro que el Washo reconozca, de cara y de nombre, a la gente de Tarapoto, ya que su increíble memoria le permite recordar cada uno de los velorios en los que estuvo a juzgar por las anécdotas y los nombres que puede citar cinco o seis años después de los sucesos.
La memoria de Waldemar no es tan celebre como su afición a gastarle bromas de grueso calibre a la gente, incluidos los deudos de uno que otro velorio, a espantar con sus falsas querencias (Washo es también homosexual declarado, ¡valor!) a las jovencitas que salen del instituto. Para muestra un botón:

En un velorio, el Washo se encontraba sentado junto a una dama de unos 40 años, hija de la finada y que había venido desde la capital para las exequias de su señora madre, cuando este empezó a inquirir por la edad de la fallecida. La señora haciendo un exagerado gesto de desagrado, he impostando un acento limeño (algo muy típico entre algunos ridículos provincianos que regresan a su tierra) dijo: “hay que feo, “yevense” a este loco de aquí”, pero el Washo, irreverente como el solo sabe ser, seguía preguntado: ¿Señora, cuantos años tenía la finadita? Y volvió a insistir dos o tres veces más, hasta que la señora estalló en una respuesta de hartazgo para poner en su lugar al igualado:
-¡Fastidio! ¡Tenía cien años!
Ah –replicó el Washo con su chispeante acento selvático- “jovena” no más ha muerto esa “ullutera” (ninfómana) ¿di?
Como era de esperar, la ilustre dama se abalanzó sobre el orate con la convicción de hacerle tragar sus palabras y en el velorio estalló en un chongo colectivo a causa del conato de pugilato que no pasó de eso.

En otra oportunidad el Washo le dijo a la madre de un joven finado que no llorase tanto. Como ya pues no voy a llorar si era mi hijo- dijo la desconsolada señora entre lagrimas. Bah, de mi más era mi marido y yo no lloro- anunció el Washo cagándose de risa. La señora no tuvo más remedio que acompañarlo con una sonora carcajada, olvidándose por un momento del dolor y de las lágrimas.

El Washo también es conocido por su costumbre de emparentarse con cuanto deudo o finado que encuentre en los velorios. Por donde vaya reconoce tíos, tías, primos, primas y demás, lo que no siempre es bienvenido dado a su estado de desamparo y a su pinta de perro vago. Pero, pensándolo con un poco más de cuidado, es muy probable que el Washo sea en realidad familiar en tercer o cuarto grado ( en nivel secundario o universitario si el lector así lo desea) de muchos ilustres ciudadanos. Porque si algo le sobra al Washo es la casta, pues pertenece a una familia antigua de la ciudad. El Washo tiene una casa en el centro de la ciudad, en el exclusivo barrio Suchiche, en donde vive junto a su hermano después de la muerte de sus padres.
No sabemos cuantos años más le quedan al Washo, para cargar esa curiosa cruz de velorios, aguardiente y comida gratuita. Lo que si sabemos es que en Tarapoto el único velorio en el que se extrañarán sus pendejadas y ocurrencias será el de él mismo, cuando se acabe la maldición del padre, en el velorio del rey de los velorios.

Crónicas de una motocicleta


Inspirado en una versión pirata de la película “Diarios en Motocicleta”, producida por Robert Redford, dirigida por Salles, y protagonizada por el mexicano García Bernal y el Argentino Rodrigo de la Serna, que para mi gusto se levanto en peso la actuación del primero; sin embargo no es mi intención hacer una critica de cine, sino mas bien hablar de la moto, que en el caso de esta joya del cine, es una Norton 500, otra joya, que aunque inestable y vieja, se deja llevar por mas de la mitad del canino que enrumban estos jóvenes amigos, en busca de su yo interior.

He tenido muchas motos en mi vida, bueno en realidad de mi padre, hasta las dos ultimas, empecé a manejar moto a los 11 años, edad en la cual también perdí, intempestivamente y de pura casualidad, mi virginidad y si mi moto hablase sería ella la que cuente estas historias y no yo; y estoy seguro las contaría mejor que yo, pues contaría lo incontable, lo que no puede saberse.
Lo cierto es que la moto es una verdadera amiga, es la mejor amiga que puedes tener, por que siempre te escucha, nunca te reprocha, pero cuando la tratas mal no sería nada raro que se le pinchen los cauchos o se quede sin gas carburante. La moto es la amiga que te arropa y te desabriga, es la mas verde y madura, es la amiga mas intima así como también las mas indiscreta, ella te da todo aunque a veces no te respeta, pero siempre se entrega feliz a cualquier rumbo, la moto es la compañera, virginal cuando dices que lo que se monta no se presta y ramera cuando lo haces.
Siempre esta cuando la necesitas, comienzas un día y por los tiempos de siempre esta contigo, comenzamos felices y hasta te ayuda a juntar cicatrices, te escucha… y cuando estas deprimido sientes que te dice que no debes arrepentirte de la esperma quemante que te trajo y así es ella no vende ni raja su pasión.
La moto puede ser tierna y vieja, te lleva siempre no importa donde vayas, mides bien el aceite y la bañas como quien baña a su mascota, la limpias y la cuidas como si la depreciación no le llegase nunca, y sientes que te mira, que te hace un guiño y la montas como si siempre fuera la primera vez.

Mi moto “La Amazónica”, como la llame con cariño, recorrió kilómetros conmigo, por asfalto o por trocha, viajamos de día siempre a más de 80 y viajamos de noche siempre con prudencia. Fuimos victimas de asaltos y amores furtivos, clandestinos diría yo; La Amazónica, por su color verde y su ubicación geográfica, cruzo ríos y bosques, nunca contó nada a los amores de turno, soporto fuertes golpes, pero nunca decepciones, aunque para ser sincero, la deje partir.

Vino una linda señorita y me dijo: te ofrezco lo que quieras por tu moto ¡véndemela!. Llevaba un sticker con el símbolo de la anarquía en el pecho y un eterno tatuaje del Che Guevara en el ala izquierda, en aquel brazo indomable. Con una condición le dije: Si te quedas con ese tatuaje, y ella articulo que no habría problema, que al igual que yo seguirá junto a La Amazónica la estrella que guía, la estrella del Che.

Después de eso, converse con La Amazónica y le dije que iba a estaré en mejores manos, que iba a cambiar de tener una amigo a tener una amiga, ella no logro articular palabra alguna, y por su silencio entendí lo duro que son las despedidas. Y la deje partir.
Hasta ahora la extraño, a veces la veo recorriendo las calles de Tarapoto y ella me ve y me hace un guiño, lo hace a propósito, como una ex enamorada que tengo, como quien diciéndome, mira lo que te perdiste mi amor. La vi más brillante que siempre y la vi más feliz, la vi eternamente bella, irrenunciable a su condición de amazónica. La Amazónica seguirá recorriendo caminos, pero ya no los caminos impensables que recorrió conmigo, ya no viajara dos horas de noche desde Tarapoto a Rioja a verle a la bebe, en una carretera oscura y selva a los dos lados, solos los dos conversando y las estrellas que nos acompañaban, hablando en una tertulia suave y apasionada, donde algunos aguaceros fueron también gratos amigos de paso, algunas veces tan fuertes que nos quedábamos a dormir en algún pueblo cercano. Ya no cruzara ríos, ya no cruzara la selva entera por mí, no llegara a Yurimaguas como cuando fue conmigo, no cruzará en balsa cautiva antes de llegar a la Laguna Azul en el Sauce, ya la extrañaran las calles de Moyabamba y Rioja. Ya no ira conmigo a Juanguerra en busca de amores de paso, ni mucho menos a las Cataratas del Ahuashiyacu, único destino con amores contrariados, ya no me llevara a tomar caldo de majas en el Mono y la Gata, ni a comer pizza en la turística Lamas, ciudad de los tres pisos, subidos sin problema.

Adiós amiga, compañera, mi único amor, espero no haberte herido, pero te aseguro siempre haberte amado. Adiós.


Giuliano Diaz.

El río Shilcayo, recuerdo de mi infancia


Bañarse en el Shilcayo cuando este estaba crecido era solo para los más machos, decíamos, sin darnos cuenta del poder de este río. Sus aguas crecidas eran color marrón, su profundidad superaba los 15 metros y sus aguas corrían a más de 100km por hora, temible. En estas épocas, sus aguas son casi verdes, por la contaminación, su profundidad supera ligeramente los 30 centímetros y corre a no más de 10km por hora.

¡Sumérgete nomás mashita, pasaras fácil al otro lado!

Cruzar por aquellos túneles acuáticos que formaban las grandes rocas del Rió Shilcayo era algo más que un desafío entre amigos, que inocentemente a mis 11 años junto a la gente del barrio llamábamos “peligros”. Eran buenos tiempos aquellos, como también las palizas de mi viejo por cometer semejantes locuras.

El Río Shilcayo forma gran parte de mis recuerdos de infancia, y también la de mis padres, antes pescábamos Zúngaros, Carachamas, Atingas y hasta se cangrejeaba; las madres de familia lavaban la ropa con jabón “Chuya Chuya” y restregándola contra las grandes piedras sacaban la suciedad de nuestras prendas. La crecidas de este río eran temibles, se llevaban las casas de cerca de las orillas, el puente soportaba aquella fuerza con temblorosa disposición, algunos pobladores de la banda de Shilcayo ya no podía cortar camino cruzando el río y ante la ausencia del ahora, casi indispensable motocar, tenían que caminar mucho para ir a trabajar en Tarapoto o viceversa.

Bañarse en el Shilcayo cuando este estaba crecido era solo para los más machos, decíamos, sin darnos cuenta del poder de este río. Sus aguas crecidas eran color marrón, su profundidad superaba los 15 metros y sus aguas corrían a más de 100km por hora, temible. En estas épocas, sus aguas son casi verdes, por la contaminación, su profundidad supera ligeramente los 30 centímetros y corre a no más de 10km por hora. Las mejores pozas estaban puente arriba, sus aguas estaban limpias y claras, escuchabas el río en un radio de más de 200 metros a la redonda, después de jugar fútbol en el “Campo de los Curas” era una ley ir a bañarse en el río. Mi padre me prohibía, era inútil mentirle, nos rascaba el brazo, y la marca blanca que dejaban sus uñas nos delataba.

Cuando estabas triste o deprimido podías llorar tus penas en una de esas tantas rocas que se prestaban a escucharte, también era el mejor lugar para los enamorados, cuando no querías ir a la escuela o el colegio, te tirabas la pera y te la pasabas el día contemplando el shilcayo, o pescando en él con tu anzuelo de nylon. Pero lo mejor era cuando este crecía, era indomable, muchos se ahogaron en el shilcayo, muchos vivieron las mejores fiestas de San Juan junto al shilcayo, su ambiente apacible te invitaba a dormir una siestita después del juane. Las aves mas lindas las encontrabas en las riberas del Shilcayo, las más bellas mariposas, los más singulares sapos y ranas, y si te adentrabas un poco más, podías encontrar grandes víboras como la mantona, el Loro Machaco y hasta el Shushupe, existía una diversidad de especies en flora y fauna envidiable. Las más lindas y las más tenebrosas historias de la selva de San Martín, tuvieron como escenario las aguas del Río Shilcayo.Ahora tengo 23 años y el Río Shilcayo esta en peligro, la tala indiscriminada de sus bosques y sus laderas en la cuenca del Cerro Escalera la esta dejando sin caudal, río abajo es victima del desagüe de los desechos y desperdicios de toda la población de Tarapoto y no se hace nada para evitarlo. Antes se podían apreciar lindas aves, ahora solo hay aves de rapiña, ratas y bancos de moscas, la biodiversidad se vio reducida a estas especies, ya no hay peces, las cataratas del Shilcayo ya casi no se pueden encontrar y ya no se las distingue de las que fueron antes. La empresa de agua potable usa la gran mayoría del caudal de este río, y nunca tuvo un estudio serio del impacto ambiental, gente foránea hace chacras en la espesura de los bosques, haciendo que la tierra se debilite y produzca huaycos, cada ves llueve menos en San Martín, hemos entrado en un proceso de despreocupación por nuestro ecosistema que pareciese como si la gente cree que el agua es un elemento infinito que nunca se acaba, pero no es así, los pobladores siguen botando su basura en las orillas del río, se siguen contaminando las aguas con productos químicos para pescar peces que no hay, ahora no solo es deposito de basura sino también de cadáveres, la delincuencia en San Martín va en aumento, y los asesinatos se hacen a orillas del shilcayo, por que ahora no hay nadie en esa zona, antes estaba poblada, o siempre habían mas de 20 personas junto a al río. El río ahora sirve para lavar camiones, carros, motocarros y hasta bicicletas, ya nadie baña a su caballo en el Shilcayo. Como podemos cambiar este indeseable destino, no existe el apoyo de las autoridades, ya no existen jóvenes que les importe la biodiversidad y lo que es peor y hasta indignante, el Colegio Simón Bolívar, bota su basura en la orillas del río Shilcayo, que divisa desde el puente, la sociedad del consumo los ha vuelto tan ciegos y entupidos que solo piensan en una piscina, es mas ficho, dicen los ignorantes, aunque no podamos ir al Shilcayo aun nos queda el cumbaza, pero no olvidemos al primero, nos necesita, demos una vuelta otra vez por aquellas orillas y por lo menos recojamos siquiera una botella de plástico o una bolsa que algún orate dejo por allí, cuidemos mejor el agua, y creo que de una vez por todas la empresa de agua potable debe culminar y ejecutar el eterno proyecto de dar agua potable a la banda de Shilcayo. Se inicia una campaña, esta en ti promoverla y cumplirla, yo ya hice mi parte, la pregunta es, ¿Tú harás la tuya?, solo una botella, solo una.

Giuliano Dìaz

agosto 24, 2005

In Memoriam


Queremos desde estas páginas expresar nuestra más profunda condolencia a los familiares y amigos de las víctimas del accidente aéreo ocurrido en Pucallpa el último martes. Nuestro corazón esta junto al de nuestros hermanos y hermanas de Pucallpa, del país y del extranjero que hoy lloran la perdida de sus seres queridos.


"...Yo nunca me río de la muerte. Simplemente sucede que no tengo miedo de morir entre pájaros y árboles..." (Javier Heraud, 1961)